Las guerras civiles del siglo XIX: intolerancia y sed de poder
Las guerras civiles que antecedieron a la Guerra de los 1000 días nos dan un resumen valioso para entender un siglo sangriento de odios y pérdidas.
La Guerra de los 1000 días tendría un preludio que comenzó muchos años antes, cuando se llevaron a cabo varias guerras civiles sangrientas, donde predominarían los enfrentamientos entre enemigos y caracterizadas por la existencia de dos creencias políticas que luchaban entre sí, suponiendo ambos tener la razón.
Grandes detonantes de estos conflictos que se vivieron, se desarrollaron por un factor común: la ambición de poder de diferentes jefes políticos, además de la religión, la desigualdad social, los odios heredados, las divisiones políticas y la intolerancia.
Estos eventos bélicos donde se alternaba las proclamas, discursos y sesiones de propaganda, con la política de las armas, dejaron inmensas pérdidas y grandes heridas que llevaron años sanar, y una fractura política que impulsó a miles a matarse unos contra otros.
Guerra entre federalistas y centralistas
¿Cómo lideraremos y cuál será la formación de esta nueva nación? Esa era la gran incógnita de la población a raíz de la revolución política que se vivió en 1810, en la búsqueda de lograr la independencia de la corona española.
El primer gran conflicto, después del grito de independencia, se desarrolló entre 1812 y 1815, donde se vivieron años de extrema inestabilidad inconstitucional, debido a las pugnas ideológicas en medio de la conformación de un nuevo gobierno y la búsqueda de modelos adecuados para su constitución.
“La guerra entre centralistas y federalistas es muy importante porque es el periodo de la “Patria Boba”, que se llama en realidad el interregno, que es la palabra que se le asigna a un periodo de transición cuando un estado no sabe qué va a hacer, que es lo que sigue después de la independencia en 1810”, expone Valentina Mena Castro, historiadora de Señal Memoria.
La guerra se definió principalmente, en las diferencias político-administrativas entre los federalistas de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, lideradas por Camilo Torres Tenorio y los centralistas del Estado Libre de Cundinamarca, encabezados por Antonio Nariño.
Los primeros querían seguir el modelo norteamericano, donde la soberanía estaría dividida, manteniendo un gobierno general, pero permitiendo que cada estado tuviese autonomía y libertad en ciertas decisiones.
Lee además: Bipartidismo: el ingrediente principal de una bomba llamada ‘Guerra de los 1000 días’
El sistema federativo, que se presentaba como una tendencia política moderna, progresista e innovadora, impulsó el sentimiento autonomista y regionalista, motivando a algunos estados a sancionar sus propias constituciones.
Mientras que, los centralistas pedían que la autoridad en la que residía el poder político fuera única e indivisible, ejercida en la plenitud de sus facultades por un poder central y fuerte que preparara a esta nueva nación independiente en un solo frente unido que respondiera ante la posible reacción española.
Las guerras civiles antes de la gran guerra
Guerra de los Supremos
“La guerra de los Supremos ocurrió en San Juan de Pasto, que ha sido un lugar muy importante en nuestra historia, el 30 de junio de 1839, después de que varios sacerdotes se opusieran a la orden del Congreso de disolver los conventos”, comentó Mena.
Según relata la historiadora, esta decisión del Congreso molestaría a la Iglesia, que en esa época tenía un papel fundamental, ya que les quitarían el poder jurídico, político, administrativo y económico que poseían.
Este conflicto que se desarrolló de 1839 a 1842, tendría gran importancia en la vida política de Colombia, ya que comenzaría la formación de un estilo característico de confrontación entre los conservadores y los liberales.
Además de que surgirían los principales actores de la historia política de nuestro tormentoso siglo XIX, entre los cuales destacarían, José María Obando, Tomás Cipriano de Mosquera, Pedro Alcántara Herrán, José Ignacio de Márquez, Mariano Ospina Rodríguez, Rafael Núñez, entre otros.
Pero, una de las características más importantes de esta guerra fue que iniciaría la cadena de los “odios heredados”, forjando en el calor de la contienda grandes amistades políticas, al igual que enemistades, que durarían toda la vida.
Guerra del 51
La guerra civil de 1851 la iniciaron los terratenientes conservadores en el Cauca porque estaban en oposición a las reformas liberales de José Hilario López, quien proclamó la libertad de los esclavos el 21 de mayo de 1851, además de expulsar a los jesuitas, consagrar la libertad de prensa y suprimir la pena de muerte y la prisión por deudas.
“López tuvo en su gobierno muchas ideas progresistas, que disgustaron a muchos y por lo que se levantaron varias regiones que no estaban de acuerdo con sus nuevas políticas”
“En Popayán, Cauca, la mano de obra en todas estas regiones azucareras y algodoneras eran los esclavos, así que el planteamiento de: vamos a liberar a todos los esclavos y ahora tendrás que pagarles por su trabajo, no les gustó para nada a los conservadores”, argumenta Mena.
Guerra del 54
Al culminar José Hilario López su administración, tanto los liberales como los conservadores se encontraban divididos en distintas facciones, como es el caso de los liberales, donde destacan por un lado los Gólgotas o radicales y por el otro los Draconianos o viejos liberales, calificados como inflexibles en sus doctrinas y prácticas políticas.
Con este panorama en extremo dividido, hasta internamente en los partidos, en 1854 a raíz de las elecciones presidenciales de 1853, se presentó un golpe de estado por parte de José María Melo, quien no aceptó su derrota frente a José María Obando.
El acelerado deterioro de la autoridad de Obando, se complicó aún más cuando le tocó sancionar la nueva Constitución Nacional de 1853, en la que por cierto no creía porque le parecía demasiado liberal.
Esta Constitución era fundamentalmente descentralista, permitía la elección por voto de los gobernantes, la expresión libre del pensamiento; separaba a la Iglesia del Estado, facultaba el juicio por jurados, proclamaba la libertad de los esclavos, entre otras disposiciones que alarmaron a la población de la época.
Como era el caso de los conservadores, que no entendían tales excesos, como describía José Manuel Restrepo, un prominente conservador, quien fue ministro de Bolívar y Santander, en su Diario Político y Militar:
“Esperamos que su duración sea corta y nos fundamos en que sus disposiciones principales son contrarias a los usos, costumbres y habituales de nuestro pueblo. Pobres de los granadinos entregados a tantos empíricos e ignorantes que copian a Proudhon, Louis Blanc, Girardin y otros franceses que son sus modelos, muchos sin haberlos leído”.
Guerra Magna
La guerra Magna fue la única insurrección de este siglo sangriento ganada por los insurrectos. Se desarrolló desde 1860 hasta 1862, debido a la unión de fuerzas de las dos divisiones del partido liberal contra el gobierno de hegemonía conservadora y los abusos de Mariano Ospina Rodríguez.
“Este conflicto enfrentó al gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez y al partido liberal, liderado por el defensor del federalismo Tomás Cipriano de Mosquera, porque no estaban de acuerdo con las reformas de los conservadores”, señala Mena.
La sublevación inició en el Cauca el 8 de mayo de 1860, cuando el general Tomás Cipriano de Mosquera se alzó en armas junto a otros estados que lo apoyaron, y concluyó, con la derrota de los conservadores y con la expedición de una nueva Constitución en 1863.
¡Bienvenidos a los Estados Unidos de Colombia! La Constitución expedida en 1863 en Rionegro, Antioquia, era de corte liberal y federalista, y a pesar de que planteaba prevenir la instauración de un nuevo gobierno hegemónico y evitar la propagación de problemas de orden público y guerras civiles en todo el territorio nacional, se establecieron nuevas rivalidades y peleas, impulsadas, nuevamente, por las ideas de cambio.
“Entre 1819 y 1862 murieron en estas guerras 40.000 colombianos. Las guerras han sido nuestro control de natalidad”, destaca Mena.
Guerra de las Escuelas
Volvimos a tomar las armas debido al siguiente debate: la formación de ideales en las instituciones educativas; ¿Cómo se iba a enseñar en las escuelas?, ¿tendrán una enseñanza religiosa?, ¿qué se puede decir y que no?, ¿qué vamos a enseñar y que vamos a ocultar?, ¿quiénes se van a encargar de la educación del pueblo?
En este conflicto, la Iglesia tuvo un papel primordial, pues impulsaban a la población a combatir, a levantarse con el ideal de “salvar a la patria”, con la intención de detener la educación laica presentada por Aquileo Parra, y restablecer la “espiritualidad del alma” de la mano de la educación religiosa.
Guerra del 85
¡Se presentan nuevas inconformidades políticas! En esta oportunidad, los liberales buscaban nuevamente el poder, pues estaban cansados de las políticas de Rafael Núñez y su proyecto de "Regeneración".
Esta guerra se desarrolló a partir de conflictos regionales que lentamente adquirieron carácter nacional, y que culminarían con la rendición de los liberales insurrectos.
Después se desarrollaría la Constitución de 1886, que convertiría los estados en departamentos, además de devolverle el poder a la Iglesia Católica
La Guerra del 95
Tras la muerte de Rafael Núñez, y con la consolidación en el poder de Miguel Antonio Caro, el ambiente de oposición e inconformidad se intensificó, sobre todo porque Caro respondía a las demandas de sus opositores con el destierro, la cárcel, la censura de prensa, y el marginamiento absoluto, incluyendo a algunas copartidarios que lo contradecían, esta actitud fue analizada por los liberales como una oportunidad de retomar el poder.
La guerra inició en enero de 1895 y terminó en marzo del mismo año, con un fracasado intento de golpe de estado contra el gobierno de Miguel Antonio Caro.
Después, se intentó un levantamiento general en varios departamentos, pero tampoco contaron con suerte ya que el gobierno redujo fácilmente las rebeliones.
Su corta duración también se debió a que no existían los recursos ni las condiciones, al interior del partido liberal, para sostener un conflicto prolongado.
VIVIANA LÓPEZ